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CubanitaSoy

Los zapaticos me aprietan.

Los zapaticos me aprietan.

Mientras los reactores siniestrados despiden humo radiactivo en Japón, y
aviones de monstruosa estampa y submarinos nucleares lanzan mortíferas cargas
teledirigidas sobre Libia, un país norteafricano del Tercer Mundo con apenas seis
millones de habitantes, Barack Obama le hacía a los chilenos un cuento parecido
a los que yo escuchaba cuando tenía 4 años: “Los zapaticos me aprietan, las
medias me dan calor; y el besito que me diste, lo llevo en el corazón”.



Algunos de sus oyentes quedaron pasmados en aquel “Centro Cultural” en
Santiago de Chile.



Cuando el Presidente miró ansioso al público tras mencionar a la pérfida
Cuba, esperando una explosión de aplausos, hubo un glacial silencio. A sus
espaldas, ¡ah, dichosa casualidad!, entre las demás banderas latinoamericanas,
estaba exactamente la de Cuba.



Si se volteaba un segundo sobre su hombro derecho habría visto, como una
sombra, el símbolo de la
Revolución en la
Isla rebelde que su poderoso país quiso, pero no pudo
destruir.



Cualquier persona sería, sin duda, extraordinariamente optimista si espera
que los pueblos de Nuestra América aplaudan el 50 aniversario de la invasión
mercenaria de Girón, 50 años de cruel bloqueo económico de un país hermano, 50
años de amenazas y atentados terroristas que costaron miles de vidas, 50 años
de proyectos de asesinato de los líderes del histórico proceso.



Me sentí aludido en sus palabras.



Presté, efectivamente, mis servicios a la Revolución durante
mucho tiempo, pero nunca eludí riesgos ni violé principios constitucionales,
ideológicos o éticos; lamento no haber dispuesto de más salud para seguir
sirviéndola.



Renuncié sin vacilación a todos mis cargos estatales y políticos, incluso al
de Primer Secretario del Partido, cuando enfermé y nunca intenté ejercerlos
después de la Proclama
del 31 de julio de 2006, ni cuando recuperé parcialmente mi salud más de un año
después, aunque todos continuaban titulándome afectuosamente de esa forma.



Pero sigo y seguiré siendo como prometí: un soldado de las ideas, mientras
pueda pensar o respirar.



Cuando a Obama lo interrogaron sobre el golpe de Estado contra el heroico
presidente Salvador Allende, promovido como otros muchos por Estados Unidos, y
la misteriosa muerte de Eduardo Frei Montalva, asesinado por agentes de la DINA, una creación del
Gobierno norteamericano, perdió su presencia de ánimo y comenzó a tartamudear.



Fue certero, sin duda, el comentario de la televisión de Chile al final de
su discurso, cuando expresó que Obama ya no tenía nada que ofrecer al
hemisferio.



Yo, por mi parte, no quiero dar la impresión de que experimento odio a su
persona, y mucho menos hacia el pueblo de Estados Unidos, al que reconozco el
aporte de muchos de sus hijos a la cultura y a la ciencia.



Obama tiene ahora por delante un viaje a El Salvador mañana martes. Allí
tendrá que inventar bastante, porque en esa hermana nación centroamericana, las
armas y los entrenadores que recibió de los gobiernos de su país, derramaron
mucha sangre.



Le deseo buen viaje y un poco más de sensatez.



 



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